lunes, 8 de junio de 2009
Sofía
14 de julio. Martes.
Hoy Sofía volvió a pasar por el kiosco. Llevaba un vestido celeste, liviano y floreado. Margaritas naranjas por toda la tela. “¿Como andas Guille?”, me dijo. Yo le contesté alguna pavada de rutina, como suelo hacer cada vez que la veo. Agarró el Clarín y se fue. Qué linda estaba con el pelo agarrado atrás. Pero seguro tiene novio, o algo. No sé ni para qué me caliento. Una mina así no puede andar sola.
16 de julio. Jueves.
Otra vez el pesado de Quintana 433 vino a hacerse el cocorito. “Pará de mandarme el Olé. ¡Me importa un carajo el fútbol!” Claro, si tiene una terrible pinta de trolo. Le debe gustar el golf o uno de esos deportes pedorros.
Igual yo no tengo la culpa, es del pibe que está a la mañana y se encarga de los envíos a domicilio. ¡Siempre hace quilombo el pendejo ese! Y encima el viejo este se aprovecha. Sabe que el pibe en la primera nomás arruga y se queda callado. Conmigo no. Si se hace el loco de nuevo, se la voy a pelear hasta el final.
18 de julio. Sabado.
Qué quilombo me armó hoy la vieja del videoclub. Que le faltaba no sé qué cosa a la revista, que tenia que venir el suplemento de los viernes y qué sé yo. ¡Me quería devolver el diario! Yo me reía, ¿qué voy a hacer? No es mi problema que el diario llegue con la mitad de las cosas. “Si quiere se lo encargo para la semana que viene”, le dije. Se hizo la ofendida y se fue. Ojalá no vuelva más, vieja amarreta.
"El Olé", me dijo rápido el pibe que hace cinco años compra Billiken. Ahora debe tener 13 años y ya está para otras cosas. Viene y me dice, seco: “El Olé”. Se lo dí y salió cagando. El viernes pasado me hizo lo mismo. Ya le saqué la ficha. La semana que viene va a volver porque el diario ahora está sacando un almanaque con minas en bolas. Una distinta para cada mes y tenes que juntar las doce hojas, que vienen cada viernes, para completarlo. Lo raro es que siga comprando Billiken.
19 de julio. Domingo.
Hoy la volví a ver a Sofía. Fuera del kiosco. Ya había cerrado el puesto y me volvía a casa por Yrigoyen cuando vi que venía por la vereda de enfrente. Me hice el boludo y seguí caminando. Seguro no me iba a reconocer. Y además estaba oscuro. En esa cuadra, con los árboles que tapan los faroles, no se ve nada. Si cruzaba iba a pensar que era un chorro y ni me iba a escuchar.
Que linda estaba de negro. ¿Me dará bola algún día?
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