jueves, 16 de septiembre de 2010
Tierra
-¡Rajá, carajo! -gritó Tulio a su hijo.
-Yo me quedo con vos a 'guantarlos - le contestó el otro.
-¿Que mierda te va' a quedar? Rajá, te digo. Que yo solo puedo. Alcanzá a la vieja y escondanse con el gurí. Después los busco.
-¡Te van a matar! -rugió furioso porque sabía que no iba a poder contra la porfía de su padre-. ¡Y nos van a quemar todo! ¿Adonde vamos a ir?
El hombre observó al joven, que agitaba nervioso un facón largo como su antebrazo, y, con tono sereno y pausado, le dijo: "Llevate al Torito mío. A mí el rancho no me lo saca naides"
El muchacho apretó fuerte los hombros de su tata y se despidió con una mirada. Escuchó como aumentaba y se acercaba el retumbe que hacían los cascos de los caballos al caer sobre la tierra seca y se apuró en montar al potro. Se fue sin mirar atrás y, por primera vez, sintió miedo.
Mierda que lo iba a dejar conmigo, pensó Tulio mientras veía al crío alejarse. Entró a buscar una piedra, afiló la faca que él mismo había hecho de pibe y volvió a salir. Se paró firme, con el torso desnudo y los brazos abiertos sosteniéndose en el aire. Una mano abierta, tensos los dedos, y la otra con el arma apuntando al suelo.
Miró al cielo y dijo: "Ayudame en esta nomás". Pero sabía que estaba solo.
Oyó explosiones cada vez más cerca y vio que ellos ocupaban una ancha franja del horizonte. Distinguió al hombre que encabezaba la avalancha con una gorra brillante y notó que todos ellos tenían el rostro bordeado por una larga barba. Su mano se aflojó y el cuchillo se clavó en la tierra.
Estoy cagado, pensó.
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