martes, 21 de septiembre de 2010

Vuelvo pronto


-Pará, no te vayas.
-Dejame solo.
-No fue tan así, Guido.
-¿Qué no fue tan así?
-Lo que te contaron.
-No importa, ya me decidí.
-Decidís mal. Quedate con nosotros, ¿adónde vas a ir?
-Lejos. Algo voy a encontrar.
-¿Hablaste con Julio sobre esto?
-Julio se volvió loco; cree que es la reencarnación de Lenin. Quienes lo sigan se van a perder ni bien empiece el viaje. Y yo no puedo equivocarme así, no esta vez.
-¿Quién es Lenin?
-No puedo más, Luisa. Entendé: ahí hay algo que me estoy perdiendo- dijo y señaló el sol con la punta de su ala-.
-Eso es el sol, Guido. ¿Qué te pasa?
-¡No, el sol no! –gritó desesperado-. ¡No hablo del…! Dejá, es asunto mío y si no entendés es lógico.
Luisa se quedó mirándolo. Y pensó.
-Ma’ sí, viejo, hacé lo que quieras. A mí me cansaste. Si querés irte, andate. Me tenés podrida.
-Gracias Luisa. Sabía que me ibas a dejar. Cuidá a los chicos y deciles que vuelvo pronto. Van a estar orgullosos de mí.
-¿Comiste algo?
-Sí, ya almorcé.
-Bueno, suerte entonces. Cuidate y desconfiá del hombre. Quedate callado, acordate lo que dijo Julio.
Guido respondió con una sonrisa y se despidió. Luisa levantó sus alas a la altura de los hombros y dio media vuelta. Cuando vio que había alcanzado al resto del grupo, volvió su mirada reflexiva hacia el blanco horizonte durante unos minutos e imaginó su nombre en los libros de historia.
Después, cuando salió del trance, revisó que no le faltara nada y empezó a caminar.

(Interpretación propia sobre una escena de Encuentros en el fin del mundo, de Werner Herzog)

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